Cuando queremos aprender a tocar un instrumento solemos ser bastante torpes en un inicio, los dedos se traban, no coordinamos fácilmente los movimientos, la postura no es correcta y, entonces, cometemos errores, dudamos de sí mismos y llegamos a frustrarnos. De manera similar, cuando queremos aprender a dominar una nueva lengua nos puede avergonzar hablar y pronunciar en un comienzo, nos bloqueamos por falta de vocabulario, o nos sentimos inseguros por las miradas de los otros. En estos casos, la negatividad -esto es, los errores, las dificultades, la vergüenza, los fracasos- parecen un enemigo, ¿pero y si fuera ahí justamente donde reside la potencia de un aprendizaje profundo y duradero? ¿Acaso el aprendizaje es siempre algo bueno, positivo, lineal y sin obstáculos? Pensemos en lo distinto que es el aprendizaje de una nueva lengua cuando esos momentos negativos como los errores y los fallos dejan de ser un tiquete para la vergüenza y el miedo y los transformamos en una oportunidad para la apertura y la curiosidad, buscando nuevas formas de expresión o nuevas maneras de escuchar y habitar el lenguaje. Tanto en el deporte como en la academía se presentan momentos negativos que son necesarios para el aprendizaje, pero también en el amor, por ejemplo, pues cómo es posible una relación sana y duradera si no a partir de las enseñanzas que los errores del pasado nos dejan.
En este escrito me gustaría hablar sobre la negatividad del aprendizaje, un concepto presentado y desarrollado por distintos filósofos y pedagogos alemanes que hacen parte del actual enfoque fenomenológico y hermenéutico del aprendizaje (de ahora en adelante EFHA). Antes de dar lugar a dicho concepto, introduzcamos rápidamente este nuevo enfoque sobre el aprendizaje. A inicios de los 2000, la OCDE solicitó a sus países miembros proponer conceptos para fomentar el aprendizaje permanente, esto es, investigar al aprendizaje no solo como algo que ocurre en espacios y contextos diseñados para la educación, sino como algo que ocurre continuamente a lo largo de toda la vida (Rosenberg, 2018, p. 2). Dentro de este contexto, si el aprendizaje ocurre en lugares informales y de manera continua creo que es pertinente pensar el discurso fenomenológico del aprendizaje, en el que se examina al aprendizaje en tanto proceso experiencial, centrándose más en las experiencias biográficamente significativas que en la mera transferencia y procesamiento de conocimientos. Así, no se trataría tanto de aprender memorística y mecánicamente fechas o fórmulas, sino de integrar de manera significativa eso en nuestra experiencia de vida.
Lo anterior quiere decir que este enfoque no busca tanto generar experimentalmente ni racionalizar a posteriori los fenómenos y procesos del aprendizaje, sino que más bien busca describir el proceso del aprendizaje tal y como se da desde una perspectiva en primera persona, desde la experiencia consciente y cualitativamente vivida, por lo que se concentra en la realización y ejecución concreta del aprendizaje y no solo en sus resultados y logros operacionalizables (Brinkmann, 2020, p. 3-4; Meyer-Drawe, 2003, p. 424-427). En otras palabras, el EFHA no pretende aislar variables, reproducir condiciones y extraer leyes generales a partir de observaciones repetibles, ni tampoco busca dar explicaciones en un sentido causal ni funcionalista. En cambio, busca describir los fenómenos en el contexto en que realmente se dan, a saber, en el mundo de la vida (Lebenswelt): en ese trasfondo precientífico, cotidiano y vivido en donde las cosas se nos aparecen y nos afectan en su inmediatez. No se trata, cabe aclarar, de una descripción subjetivista de lo que para mí es el aprendizaje o algo por el estilo, sino que partimos de la experiencia situada, encarnada y vivida con los otros, buscando describir cómo es que de facto es posible nuestra experiencia del aprendizaje.
Los saberes previos en el aprendizaje
Entre las distintas estructuras del fenómeno del aprendizaje encontramos algunas tales como su carácter epagógico, la corporalidad, la intersubjetividad y, la que nos convoca en esta ocasión, la negatividad. Antes de entrar de lleno a ella, aclaremos una importante premisa. Para representantes de este enfoque como Günther Buck, el aprendizaje solo es posible a partir de la interacción entre lo ya conocido y lo desconocido, es decir, que para nosotros acceder a lo nuevo, a lo que queremos aprender, requerimos siempre de experiencias, conocimientos y habilidades que ya hemos adquirido y que nos disponen de determinados modos frente a nuestro mundo entorno (Buck, 2019, p. 8, 13, 14). Cuando un niño quiere aprender a abrir una botella, a hablar o a montar en bicicleta él hace tiempo que ha visto a otros que dominan estas habilidades y de antemano ya conoce algo sobre esas prácticas, ya sabe así sea de manera vaga e ineficiente cómo el padre monta en bicicleta o cómo la madre mueve las manos para abrir la botella. En este sentido, el presente del proceso del aprendizaje como proceso de experiencia se constituye en dos direcciones: hacia atrás, con lo que siempre se presupone, pero también hacia adelante, con lo que esa presuposición hace ahora posible, pues eso que ya conocemos nos dispone a actuar de ciertos modos y no otros, nos permite creer y anticipar que al hacer X y no Y podré mantener el equilibrio, o desenroscar la tapa, o tocar bien el acorde, etc.
La productividad de la negatividad
Con este contexto podemos pasar a la negatividad. ¿Qué solemos pensar que es la negatividad? Normalmente algo malo y evitable, ¿no? Bueno, en el EFHA no se concibe la negatividad como algo “malo”, “desfavorable” o “peligroso”. Fíjemonos en lo siguiente. Cuando queremos aprender a tocar un instrumento resulta evidente que en un inicio no podemos realizar esta actividad, pues nos enfrentamos con la resistencia del objeto, ese instrumento que queremos dominar nos revela su «no disponibilidad» en el uso debido a nuestra actual incapacidad, como cuando en un juego no hemos desbloqueado un poder o habilidad. Así, en un primer momento, la negatividad aparece como esa negación a lo que el aprendiz se ha propuesto como meta (Severin, 2017, p. 119). A partir de los errores y las dificultades, dicha negación puede llevar a que la relación que tenemos con nosotros mismos, con nuestras disposiciones y capacidades, y la relación que tenemos con las cosas mismas, se empiece a trastocar, llevando a que en el caso del instrumento nos veamos obligados a cambiar la postura, la coordinación motriz, nuestros conocimientos de teoría musical, la respiración, la atención en la escucha, etc. Al EFHA le interesa esta potencialidad de las experiencias negativas de llevarnos a cambiar las relaciones que tenemos con nosotros mismos y con las cosas.
En lo que respecta a la teoría del aprendizaje, la negatividad por la mera negatividad solo estancaría y paralizaría el proceso de aprendizaje del aprendiz. Más bien, al EFHA le interesa lo que ha denominado como una «negatividad productiva» (Buck, 2019, pp. 75-76; Brinkmann, 2020, p. 7; Severin, 2017, p. 124, 126). ¿En qué consiste esta productividad? Günther Buck, y la tradición que viene con él, sostienen que el aprendizaje puede producir al menos dos tipos de transformación en el aprendiz (Buck, 2019, p. 13). En primer lugar, cuando el proceso de aprendizaje es positivo y mis conocimientos y experiencias previas que me orientan son adecuados y me permiten, por ejemplo, resolver un problema matemático o dar una fecha correcta. En segundo lugar, cuando el aprendizaje está marcado por momentos de negatividad, se irrita la autoconfianza y nos damos cuenta de que no siempre podemos confiar en las experiencias, conocimientos y habilidades previas que nos orientan (Brinkmann, 2020, p. 8). Por ejemplo, una clase de historia puede confrontar conocimientos previos que teníamos sobre algún hecho histórico; leer filosofía moral puede llevarnos a replantear lo que considerábamos una vida feliz; conflictos en pareja nos pueden hacer cuestionar lo que suponíamos que es el amor, o a conflictuar nuestras conductas celosas y posesivas; aprender a manejar un vehículo nos lleva a cambiar —a veces dramáticamente— nuestra experiencia de movilidad en la ciudad, la coordinación, la prevención y la moderación, etc.
Aquí, entonces, se trata de experiencias de “quiebre” que desencadenan procesos de reflexión, autoconciencia y apertura a nuevas posibilidades. De este modo, la productividad de la negatividad no solo hace que el aprendiz llegue a conocerse a sí mismo como alguien que puede cometer errores, sino que ello mantiene la posibilidad de que los conocimientos y experiencias previas se transformen, llevando a que nuestro horizonte se enriquezca, se amplíe, que seamos conscientes de nuevas posibilidades de acción y nuevas relaciones significativas. Como en el aprendizaje uno se encuentra en momentos en los que debe cuestionar lo que ya había aprendido, el EFHA toma distancia de la idea de que el aprendizaje consiste en un proceso puramente acumulativo o positivo de más y más conocimientos. En contra, consideran que el aprendizaje consiste también en la posibilidad de relativizar las experiencias vividas y los conocimientos previos a través de experiencias negativas, llevando a cambios de perspectiva, nuevas orientaciones y una apertura hacia nuevas experiencias.
En este sentido, frente a esa propaganda hiper positivista que busca anestesiar el dolor y satanizar momentos negativos, vemos que estos momentos son necesarios para el aprendizaje y el enriquecimiento de nuestra propia formación. En efecto, este proceso negativo no solo nos exige el desarrollo de las destrezas o capacidades que estamos buscando, sino también de habilidades como la atención, la paciencia o la tolerancia a los fallos. De ahí que se diga que estas experiencias negativas puedan estimular la búsqueda, el cuestionamiento, el intento, la investigación, la autoconciencia y la creatividad (Benner, 2019, en Brinkmann, 2020, p. 8). De este modo, el valor de una experiencia negativa para el proceso de aprendizaje depende del manejo "correcto" de la negatividad, en este caso del reconocimiento y la superación de un reto a partir de la propia conciencia de que se deben modificar ciertos conocimientos, experiencias y habilidades previas para lograrlo (Severin, 2017, p. 127).
La negatividad en la educación y la vida diaria
En relación con la enseñanza, la negatividad también podría ayudarnos a pensar la función del profesor. Según Biesta (2016), a partir del enfoque constructivista de la pedagogía, que destronó al enfoque autoritario del docente, éste es ahora visto fundamentalmente como un facilitador del aprendizaje, es decir, como alguien cuya función estriba en facilitar positivamente la información y los contenidos (pp. 121-122). Aunque este paso fue importante y necesario, la idea del profesor como un mero facilitador de información me dificulta ver con claridad cuál podría ser la diferencia específica entre un profesor y ChatGPT, por ejemplo. Justamente, en este punto, creo que la negatividad del aprendizaje podría ser algo de lo que el docente didácticamente podría valerse en su práctica educativa. No se trataría de que el maestro sea solo un facilitador de información, sino que pueda propiciar experiencias con momentos negativos en sus estudiantes, estimulando así la atención, el autocuestionamiento y la falta de dogmatismo, por ejemplo.
En cualquier caso, para ir terminando, podríamos tomar esta concepción de la negatividad del aprendizaje para aplicarla a nuestra vida diaria y comprender de una manera más consciente nuestras experiencias de fracasos y errores. Si bien se suele decir que este tipo de experiencias negativas metodológicamente solo pueden recapturarse reflexivamente, es decir, que solo damos cuenta de que un error o un fracaso fue productivo cuando el aprendizaje ha sido exitoso, creo que todo lo dicho puede ayudarnos a indicar aspectos a tener en cuenta en el momento en que estemos viviendo experiencias con momentos negativos. Por ejemplo:
Identificar el horizonte previo (las experiencias o conocimientos supuestos) y la ruptura. ¿Qué expectativa fue desmentida, qué se daba por supuesto antes del error? ¿Cuál fue el error?
Reflexiona sobre la posible transformación de tu horizonte. ¿Qué nuevas preguntas, intereses, posibilidades de acción o pensamiento se pueden abrir o se abrieron a partir del momento negativo?
Práctica de la paciencia y la apertura. Hay que tener una actitud de apertura y paciencia, no apresurarnos a superar o resolver la negatividad.
Dialogar. Compartir la experiencia negativa con otros puede ayudarnos a resignificar la vivencia, transformando el dolor o la vergüenza del fracaso en una oportunidad de aprendizaje colectivo.
Revisión del proceso. Con el tiempo, haz una especie de retrospección fenomenológica e identifica las transformaciones y cambios, dando así un sentido más amplio y dándole mayor integración a la negatividad vivida.
Con esto en mente, creo, puede incrementarse la posibilidad de la riqueza y el éxito de la experiencia negativa en vistas de consolidar de mejor modo nuestro aprendizaje.
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Bibliografía
Buck, G. (2019). Lernen und Erfahrung. Epagogik. Springer VS.
Biesta, G. (2016). Devolver la enseñanza a la educación. Una respuesta a la desaparición del maestro. Pedagogía y Saberes, N. 44, pp. 119-129.
Brikmann, M. (2020). Lernen. Pädagogischer Grundbegriff. Research Gate.
Meyer-Drawe, K. (2003). Lernen als Erfahrung. En: Brinkmann, M. (2019). Phänomenologische Erziehungswissencahft von ihren Anfängen bis heute. Springer VS.
Rosenberg, Hans-Christoph. (2018). “Lernen im Lebenslauf. Einführung in den Band.” En Theorie und Empirie Lebenslangen Lernens, editado por Christoph Hof and Hans-Christoph Rosenberg, Springer VS, pp. 1–10.
Severin, V. (2017). Negativität und Scheitern. En: Brinkmann, M. (2017). Pädagogik – Phänomenologie. Springer VS, pp. 118-142.